sábado, 7 de febrero de 2015

P.E.A. KIRCHNER (2004)


Ni Castro ni Bush: lo que importa son los derechos humanos

Por Andrés Cisneros
Para LA NACION
Confirmando la ley de Murphy, lo peor que podía pasar terminó por pasar. Salvo honrosas excepciones, oportunamente consignadas por LA NACION, unos apoyan a La Habana, otros a Washington, pero pocos parecen interesados en lo único que debería importarnos: si en Cuba se respetan o no los derechos humanos.
Es sabido que en estos confines periféricos Washington supo, en su momento, manejar un doble estándar según se tratara de Somoza, de Stroessner, de Pinochet, de Videla o de Fidel Castro. La cuestión, ahora, es si corresponde contestarle con un cinismo inverso, que degrade los derechos humanos, con su carácter de principio intocable, a la mera condición de voto negociable según la ideología del dictador de que se trate: si es amigo, miramos para otro lado.
En aquellos años de plomo, cuando era Washington el que miraba para otro lado, las sociedades sudamericanas reaccionaron con una resistencia memorable, que culminó en la recuperación de nuestras democracias. En esa gesta, los derechos humanos, su vigencia y su respeto a rajatabla jugaron un papel aglutinante: unificaron a todos los demócratas sinceros, sin que importaran sus diferencias ideológicas y, con ello, sentaron las bases de nuevas sociedades.
La bandera de los derechos humanos resultó decisiva en la construcción de esta democracia que ya hace veinte años, orgullosamente, cultivamos. Aún hoy constituye una de las pocas cosas que nos mantienen unidos. Merece nuestro respeto por sí misma y porque, además, sostiene el entero andamiaje institucional argentino y constituye un dato infaltable en la aceptación internacional de los países más civilizados. La Constitución nacional y el Mercosur la han incorporado como piedra basal de nuestra vida en comunidad.
El reclamo del señor Noriega para que se condene el régimen castrista "para acompañar a Washington" no debería contestarse con el error simétrico de acompañar a La Habana para mostrar que somos independientes de los Estados Unidos. Lo único que la Argentina debería acompañar es la vigencia de los derechos humanos, no importa quién gobierne o cuán poderoso sea el Estado que nos pide un voto determinado.
Buena parte del periodismo contribuye con su cuota de confusión, en la medida en que informa que el voto supone una condena (o una no condena) por parte de la Argentina. Falso. Todo lo que se vota en las Naciones Unidas es si ésta cursa, apenas, una mera exhortación al gobierno de Cuba para que tenga a bien considerar la posibilidad de permitir que una comisión internacional de expertos neutrales visite la isla, o si no lo hace. Sólo eso.
Lo que Noriega ha facilitado al actual gobierno argentino es la puesta en escena de una minirremake de "Braden o Perón", que desvía el centro de la atención: ahora discutimos si somos o no independientes de Washington en lugar de ocuparnos de lo que está en cuestión, esto es, si los derechos humanos en Cuba merecen o no una inspección objetiva de las Naciones Unidas. Y esa independencia, por lo visto, parece que sólo se demuestra votando distinto y no igual que los Estados Unidos. Mientras tanto, ¿quién se ocupa de los derechos humanos?
La notoria simpatía que este gobierno y buena parte de la población argentina profesan por Fidel Castro, ¿hace que miremos para otro lado nada menos que en materia de derechos humanos? ¿Se honra así lo que significa para ellos la idea de la revolución cubana? La lucha ideológica no debería llevarnos a distinguir entre violadores malos y violadores supuestamente buenos. Quienes conserven de la gesta cubana de los años 60 la ilusión que en su momento despertó en tanta gente, seguramente no querrán defenderla sobre la base de esconder desviaciones, a estas alturas ya harto comprobadas. Proceder de otra manera supone una segura colisión con la coherencia.
Quienes propician este apoyo al régimen de Castro y en su momento lucharon aquí, en la Argentina, contra aquello de "los argentinos somos derechos y humanos", ¿saben que cuando se propusieron medidas similares contra la dictadura de Videla, la misma que violaba nuestros derechos humanos, el gobierno cubano lo favoreció absteniéndose invariablemente en cuanto foro le tocó votar u opinar? ¿Conocen que, de la treintena de países de América latina, sólo dos votan como ahora va a hacerlo la Argentina?
Se invoca el tradicional principio de no injerencia en los asuntos internos de otro país, pero la tendencia universal es hacia una interpretación según la cual el requisito de respetar los derechos humanos no significa un menoscabo, sino todo lo contrario.
El Gobierno ha comunicado ya que su voto será favorable al régimen castrista. Desgraciadamente, no acompaña ese anuncio con la difusión de los estudios sobre la realidad cubana que le han permitido llegar a la sorprendente conclusión de que allí los derechos humanos son ampliamente respetados. Sería de gran utilidad acceder a esos hasta ahora desconocidos elementos de juicio con que haya contado nuestro gobierno y poder cotejarlos con los que aportan organizaciones como Amnesty International o Human Rights Watch (consultadas por Naciones Unidas), ampliamente difundidos cuando el dictador involucrado no es Castro.
De hecho, nuestro periodismo en general, tan profusamente abocado a difundir esta polémica, poco y nada publica de lo que investigan y luego informan estas y muchas otras instituciones humanitarias en el caso de Cuba.
La presión norteamericana por inducir a los demás países en este tema nunca impidió que, en los mismos años en que durante toda una década votamos a favor de la inspección de Naciones Unidas, al mismo tiempo condenáramos una y otra vez el embargo norteamericano, una injusta represalia de Washington que perjudica mucho al pueblo y muy poco al régimen de la isla.
Nuestra democracia peligra ante las dificultades por demasiado tiempo no resueltas que padece la sociedad. Una reciente encuesta de Latinobarómetro advierte que crece en forma alarmante el porcentaje de latinoamericanos que renunciaría a la democracia a cambio de prosperidad económica. Todos sabemos que se trata de un espejismo, y que en ese error prosperan los fascismos. De derecha y de izquierda.
No son horas para descuidar los principios esenciales.
El autor fue secretario de Estado de Relaciones Exteriores de 1996 a 1999 y corredactor del voto favorable a la inspección de Naciones Unidas que en esos años emitía la Argentina.

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