Diario "Clarín". Buenos Aires, 15 de setiembre de 2014.
Cristina y un pedido de “ayuda” al Papa Francisco por la deuda
Fue a mitad de agosto. Después, la Presidenta fue invitada por tercera vez al Vaticano.
“Necesito su ayuda”. La frase puede sonar rara
porque fue pronunciada por alguien que no suele mostrar debilidad. Pero
el interlocutor era acaso la única persona ante la que Cristina
Kirchner puede evidenciar sus limitaciones: el Papa Francisco.
Fue el martes 19 de agosto, al día siguiente del regreso del pontífice
de su exitosa visita a Corea, horas después del trágico accidente de la
familia de uno de sus sobrinos en Córdoba, que le costó la vida a su
mujer y sus dos pequeños hijos. La presidenta se había apresurado a llamarlo para expresarle sus condolencias y hacia el final de la conversación se franqueó y le pidió su colaboración.
La solicitud tenía relación con el complicado panorama financiero que atraviesa el país luego de que la Justicia norteamericana dejara firme el fallo del juez Thomas Griesa a favor del reclamo de los fondos buitre. Y que está afectando cada vez más la ya maltrecha economía argentina.
Dos semanas después Cristina recibía una carta manuscrita del pontífice en la que la invitaba a almorzar por tercera vez desde que fue electo, el sábado próximo, en vísperas del viaje de la presidenta a Nueva York, donde buscará en la ONU y el mundo financiero apoyo a su resistencia a las demandas de bonistas que no entraron a los canjes de deuda.
Jorge Bergoglio comparte con el kirchnerismo desde sus épocas de obispo la crítica a la especulación financiera. Una coincidencia que el Gobierno no pudo aprovechar en su momento por su enemistad con el entonces cardenal argentino. Pero que, tras la reconciliación que buscó luego de la elección papal, le viene como anillo al dedo. En rigor, la posición de Francisco en este tema sigue una línea histórica de la Iglesia -ratificada por el conservador Benedicto XVI en su encíclica social-, pero que el argentino asume acaso con más energía. Como quedó claro en la exhortación apostólica que difundió a fines del año pasado, Evangelli Gaudium.
No está claro qué puede hacer Francisco en esta cuestión, más allá de darle un apoyo moral a Cristina sobre el fondo del asunto. Y esperar, en todo caso, que su liderazgo mundial influya en algo en los gobiernos. Pero otra cosa es creer que el Papa va a promover el desacato perpetuo a los tribunales (que el Gobierno eligió). Quizá la mejor síntesis de su pensamiento la dieron los obispos argentinos en el comunicado que difundieron cuando quedó firme el fallo de Griesa: condena a la especulación y unidad de los dirigentes para negociar con responsabilidad. “No abrazar el aislamiento mundial”, completó esta semana ante Clarín uno de ellos.
Con todo, en la Iglesia empieza a haber cierta inquietud porque el Gobierno parece querer utilizar la coincidencia en la crítica a la especulación como un apoyo del Papa a su estrategia frente a los fondos buitre. El canciller Héctor Timerman afirmó tras el convite papal: “Públicamente el Papa y la Iglesia expresan preocupación por la no reestructuración de la deuda; el Papa siempre fue solidario en esta materia y será una reunión importante”. Ahora bien: el modo de reestructurar la deuda es una cuestión técnica, ajena a la competencia eclesial. La Iglesia solo pide razonabilidad porque aquella “no se puede pagar sobre el hambre del pueblo”.
Lo realmente curioso -rayano con la esquizofrenia política- es que en la semana en que Francisco ofreció un salvavidas, el Gobierno salió a cuestionar duramente las últimas mediciones del Observatorio para la Deuda Social de la UCA. El informe revela, entre otras cosas, que el 42 % de los niños y adolescentes del conurbano es pobre y el 9,4 %, indigente. El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, consideró el estudio “poco serio”. Y el ministro de Economía, Axel Kicillof, dijo que “es insostenible” afirmar que hay más pobres que en 2001, cosa que el Observatorio no dice. Y para rematar, Kicillof señaló que eso “no se lo creen ni ellos mismos”.
Capitanich y Kicillof deberían saber que el rector de la UCA, monseñor Víctor Fernández, es un hombre de máxima confianza del Papa: lo puso en ese cargo siendo cardenal y como pontífice lo elevó a arzobispo. Acaba de designarlo vicepresidente de la comisión redactora del Sínodo de los Obispos sobre la Familia que se hará en Roma en octubre, una cita que despertó enormes expectativas en la Iglesia por la renovación que puede impulsar. En definitiva, el Papa le tiende una mano a Cristina -como se sabe, quiere un fin de mandato lo menos traumático posible-, pero no le ordena a su tropa cerrar los ojos ante la dura realidad de su país.
La solicitud tenía relación con el complicado panorama financiero que atraviesa el país luego de que la Justicia norteamericana dejara firme el fallo del juez Thomas Griesa a favor del reclamo de los fondos buitre. Y que está afectando cada vez más la ya maltrecha economía argentina.
Dos semanas después Cristina recibía una carta manuscrita del pontífice en la que la invitaba a almorzar por tercera vez desde que fue electo, el sábado próximo, en vísperas del viaje de la presidenta a Nueva York, donde buscará en la ONU y el mundo financiero apoyo a su resistencia a las demandas de bonistas que no entraron a los canjes de deuda.
Jorge Bergoglio comparte con el kirchnerismo desde sus épocas de obispo la crítica a la especulación financiera. Una coincidencia que el Gobierno no pudo aprovechar en su momento por su enemistad con el entonces cardenal argentino. Pero que, tras la reconciliación que buscó luego de la elección papal, le viene como anillo al dedo. En rigor, la posición de Francisco en este tema sigue una línea histórica de la Iglesia -ratificada por el conservador Benedicto XVI en su encíclica social-, pero que el argentino asume acaso con más energía. Como quedó claro en la exhortación apostólica que difundió a fines del año pasado, Evangelli Gaudium.
No está claro qué puede hacer Francisco en esta cuestión, más allá de darle un apoyo moral a Cristina sobre el fondo del asunto. Y esperar, en todo caso, que su liderazgo mundial influya en algo en los gobiernos. Pero otra cosa es creer que el Papa va a promover el desacato perpetuo a los tribunales (que el Gobierno eligió). Quizá la mejor síntesis de su pensamiento la dieron los obispos argentinos en el comunicado que difundieron cuando quedó firme el fallo de Griesa: condena a la especulación y unidad de los dirigentes para negociar con responsabilidad. “No abrazar el aislamiento mundial”, completó esta semana ante Clarín uno de ellos.
Con todo, en la Iglesia empieza a haber cierta inquietud porque el Gobierno parece querer utilizar la coincidencia en la crítica a la especulación como un apoyo del Papa a su estrategia frente a los fondos buitre. El canciller Héctor Timerman afirmó tras el convite papal: “Públicamente el Papa y la Iglesia expresan preocupación por la no reestructuración de la deuda; el Papa siempre fue solidario en esta materia y será una reunión importante”. Ahora bien: el modo de reestructurar la deuda es una cuestión técnica, ajena a la competencia eclesial. La Iglesia solo pide razonabilidad porque aquella “no se puede pagar sobre el hambre del pueblo”.
Lo realmente curioso -rayano con la esquizofrenia política- es que en la semana en que Francisco ofreció un salvavidas, el Gobierno salió a cuestionar duramente las últimas mediciones del Observatorio para la Deuda Social de la UCA. El informe revela, entre otras cosas, que el 42 % de los niños y adolescentes del conurbano es pobre y el 9,4 %, indigente. El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, consideró el estudio “poco serio”. Y el ministro de Economía, Axel Kicillof, dijo que “es insostenible” afirmar que hay más pobres que en 2001, cosa que el Observatorio no dice. Y para rematar, Kicillof señaló que eso “no se lo creen ni ellos mismos”.
Capitanich y Kicillof deberían saber que el rector de la UCA, monseñor Víctor Fernández, es un hombre de máxima confianza del Papa: lo puso en ese cargo siendo cardenal y como pontífice lo elevó a arzobispo. Acaba de designarlo vicepresidente de la comisión redactora del Sínodo de los Obispos sobre la Familia que se hará en Roma en octubre, una cita que despertó enormes expectativas en la Iglesia por la renovación que puede impulsar. En definitiva, el Papa le tiende una mano a Cristina -como se sabe, quiere un fin de mandato lo menos traumático posible-, pero no le ordena a su tropa cerrar los ojos ante la dura realidad de su país.
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