lunes, 18 de mayo de 2015

ARGENTINA. (2000) DE LA RUA Y CUBA

Cuba: la huella carnal

Se condena a Cuba y no a China, dice el autor, sólo por el tamaño diferente de sus mercados. Cree que la Argentina habría debido abstenerse como Brasil.
TORCUATO DI TELLA. Politólogo y ensayista. Clarín digital, Domingo 23 de abril de 2000
Las Naciones Unidas han condenado a Cuba por violación de derechos humanos y no a China. ¿Tiene esto algún sentido? El gobierno chino es más represivo que el cubano -que también lo es- pero ha adelantado mucho en el camino de la privatización. Quizás ése sea el criterio o también podría ser, mejor dicho: es obvio que se trata de las dimensiones de su mercado, codiciado como pocos en la historia.
Lo que pasa es que hay una especie de gobierno mundial en formación y ese tipo de procesos nunca se ha dado de manera racional desde la creación de los estados nacionales europeos al fin de la Edad Media. Los imperialismos del siglo XIX fueron también, a su manera, intentos -al final frustrados- de formar gobiernos mundiales. Todos ellos se han hecho por una combinación de fuerza, avidez de mercados, protección de los productores nacionales y demanda de seguridad por parte de la población. Antes era para evitar las constantes luchas entre señores feudales y para que el gobierno central garantizara los derechos de la población que tenía que aguantar los abusos de sus mandones. Hoy la cosa se da en una escala mucho mayor, pero en el fondo es el mismo tipo de proceso. Y aunque el resultado a la larga pueda ser positivo para todos, lleva tiempo y se lo hace en general de manera muy poco prolija. Porque al formar unidades estatales mayores casi siempre hay alguien que se beneficia y alguien que se perjudica o, en el mejor de los casos, alguien que se beneficia mucho más que los otros.
Como ahora el gobierno que se está formando es mundial, hay mucho más en juego y son varios los centros de poder que quieren tener protagonismo. Eso crea bastante caos, quizá inevitablemente. Es así que los españoles trataron de aplicarle normas supranacionales a Pinochet, lo que quizá sea un paso hacia un poder judicial mundial, pero de aplicación muy ocasional y contradictoria. La reacción que cada uno tiene ante estos hechos depende en gran medida de sus preferencias ideológicas. De este modo quienes han estado contentos con la "interferencia" sobre la soberanía chilena pueden ahora escandalizarse ante una condena que realmente se hace de manera tan arbitraria como la que eligió a Pinochet, cuando había tantos otros en igual o peor situación, empezando por varios a quienes nadie molesta en España, como dijo en su momento el mismo Felipe González.
¿Pero entonces no hay que hacer nada, y preocuparse cada uno sólo de lo que pasa en su casa? Eso tampoco es una solución. Creo, sí, que la responsabilidad principal para arreglar las cosas está en la población de cada país, y cuando los de afuera vienen a opinar hay que preguntarse por sus intenciones. Así, por ejemplo, hoy en los Estados Unidos hay un amplio sector, tanto sindical como empresarial, que teme una apertura al comercio internacional, especialmente con China, donde se pagan salarios de miseria. Pero como no es fácil cerrarle a China el camino hacia una integración al mercado mundial, simplemente diciendo que sus salarios son bajos, se arma el argumento de que usan trabajo infantil y carcelario, no permiten la existencia de sindicatos genuinos y persiguen a las sectas religiosas y a los tibetanos. Esto estuvo presente, entre otros lugares, en las famosas protestas de Seattle. La preocupación de quienes se manifestaban allí es comprensible y hasta encomiable, pero básicamente es una pantalla. Porque aun cuando China diera más libertades a su población, permitiera sindicatos libres (digamos, como en la India) y dejara en paz a las sectas y a los tibetanos, igualmente su competencia va a ser mortífera, porque nada de eso hará subir mucho los salarios. Y en ese momento habrá que buscar otra pantalla creíble.
El tema económico de los efectos de la globalización da para mucho y espero tratarlo en otro momento. Es complejo, con fuertes razones de ambos lados. Pero hay que evitar confundirse acerca del peso real de cada argumento, aun cuando los grupos de interés tratan precisamente de confundir y mezclar las cosas.
En el caso de Cuba, los intereses económicos son mucho menores, y además está en el patio trasero, de manera que se le pueden aplicar con más soltura las normas generales del derecho. Pero en este tema del avance o retroceso en el camino de la formación de un gobierno mundial, los países de América latina deben ir con cuidado. No hay que desentenderse de la necesidad de tener organismos supranacionales que ayuden a los ciudadanos de cada país. Pero esos organismos es mejor que sean regionales y entre países de parecido nivel de desarrollo. Por eso lo mejor es tener órganos genuinamente latinoamericanos, empezando por los que ya funcionan en el nivel económico, como el Mercosur, que también tuvo su intervención para impedir el golpe de Oviedo en Paraguay hace un par de años.
El caso particular de Cuba suscita, incluso en los Estados Unidos, reacciones muy disímiles. Hay un amplio sector de la opinión pública, por ejemplo, que condena el embargo económico que se le sigue aplicando a Cuba, que está totalmente desactualizado y sin sentido. La búsqueda de cambios en esa área no es de ningún modo una defensa del régimen de Fidel Castro, aunque puede parecerlo en un análisis simplista. Y lo mismo ocurre con quienes promueven visitas de estudiantes -los turistas ya van- para propender a un mejor conocimiento mutuo. Aunque algunos ingenuos puedan volver encantados con Fidel Castro, es mayor el efecto que ese tipo de intercambios produce sobre los cubanos, hambreados de información e ideas distintas. En la situación actual, intensificar los contactos de todo tipo, empezando por los comerciales sin descuidar los culturales, ayuda a normalizar las cosas, genera fuerzas de cambio y da un imprescindible apoyo a quienes luchan en la isla por mayores libertades públicas. En eso debería concentrarse nuestra diplomacia; lo demás es un formalismo.
Hubiera sido mejor abstenerse como tantos otros países del continente, y sobre todo buscar una posición común con nuestros vecinos, empezando por los que están en el Mercosur. No era fácil, porque Chile y Brasil optaron por posturas contrarias.
Pero la historia no se terminó y hay que preparar las condiciones para que en el futuro tengamos relaciones realmente íntimas con nuestros socios en la región, no con las grandes potencias.
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La Argentina podría insistir en condenar a Cuba en la ONU

Votación En La Comisi'on De Derechos Humanos.
Es la posición de la Cancillería y lo que quiere EE.UU.. Así, la Alianza mantendría el voto menemista Aunque otra corriente se inclina por la abstención. El gobierno de Alfonsín nunca condenó a Cuba.
Ana Gerschenson. El Clarín Digital. Lunes 17 de abril de 2000
Las relaciones con Washington no serán "carnales" como en la década menemista pero siguen siendo "íntimas", según las descripción del propio canciller Adalberto Rodríguez Giavarini.
Mañana, la Argentina daría prueba de ello en Ginebra. Hasta anoche, la Cancillería se inclinaba por condenar a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas que sesionará en Suiza. Es decir: mantendría la posición que sostuvo el menemismo hasta el año pasado, en el marco de una política de alineamiento automático con los Estados Unidos.
Pero, también hasta anoche, otra corriente política presionaba a los diplomáticos del Palacio San Martín. Y es que durante el alfonsinismo, la Argentina se opuso a condenar abiertamente al gobierno de La Habana en el escenario de la Comisión.
El carozo del dilema del canciller Rodríguez Giavarini, en realidad, no es la relación argentino-cubana. De hecho, el sillón del embajador aliancista en La Habana sigue vacío.
En la votación de mañana se dirime una postura más de fondo: si la Argentina realmente pretende jugar en bloque con su principal socio del Mercosur (históricamente Brasil se abstiene de condenar a otro país latinoamericano) en el ámbito internacional; o si, como ocurrió durante la década menemista, sigue priorizando el llamado insistente de la Casa Blanca. aquí es donde surgen las presiones cruzadas, porque el presidente Fernando de la Rua visitará oficialmente los Estados Unidos en junio y por estos días se está diseñando la agenda de ese viaje, clave para cualquier mandatario regional en tiempos de hegemonía norteamericana.
"El voto argentino en Ginebra es muy importante para los Estados Unidos", aseguró a Clarín el embajador argentino en Washington, Guillermo González. El gobierno norteamericano es el principal impulsor de cualquier pronunciamiento que acorrale al gobierno socialista de La Habana. Más aún cuando, por estas horas, Castro y Clinton se miden en una pulseada con pantalla globalizada por el destino de Elián, el chiquito cubano reclamado por su padre en la isla caribeña.
Si se trata de alivianar costos, la principal preocupación de Giavarini es la posición que llevará Chile a Ginebra. Hasta el año pasado, Santiago se abstuvo de condenar a Cuba, pero en 1999 cambió su voto y se pronunció contra el régimen de Fidel Castro.
El 2000 llegó con nuevo gobierno trasandino, el del socialista Ricardo Lagos y, si mañana Chile se abstiene, al igual que Brasil, la Argentina será el factor discordante de la región.
Mientras, los gestos de buena voluntad de la Casa Blanca llegan justo a tiempo. De la nada, el presidente Bill Clinton anunció el jueves pasado el nombre de su nuevo embajador en Buenos Aires, un puesto vacante desde 1996.
La administración de Castro tampoco se queda de brazos cruzados. El embajador cubano en Buenos Aires intentó en vano en las últimas semanas obtener una respuesta concreta de la Cancillería de boca del representante especial para los Derechos Humanos, Raúl Despouy.
Por eso, la semana pasada, cuando el presidente de la Cámara de Diputados Rafael Pascual viajó a Cuba -representando a De la Rúa en una cumbre de países subdesarrollados- recibió un reclamo concreto del presidente Castro en los tres minutos que conversaron a solas.
"Me pidió que hiciera las gestiones para que el Presidente reciba al embajador cubano en Buenos Aires", contó Pascual a Clarín. Y aclaró que hizo el trámite de inmediato.
Las horas pasan para anticastristas y procubanos en el nuevo gobierno. Pero, definitivamente, ambas corrientes coinciden en que los tiempos de posturas alfonsinistas "ya pasaron".
En 1998, la Argentina quedó del lado de los perdedores cuando, por primera vez desde 1992, la ONU rechazó la condena a Cuba por violaciones a los derechos humanos que auspiciaba la Casa Blanca. Fueron 19 votos de rechazo a la moción de los Estados Unidos, 16 a favor -entre ellos el argentino- y 18 abstenciones.
Otros 14 países se alinearon en Ginebra con Estados Unidos, pero el único país latinoamericano que votó igual que la Argentina fue El Salvador.
El camino de la abstención fue elegido por la mayor parte de los países latinoamericanos: Brasil, Chile, Ecuador, Guatemala, México, Perú, Uruguay y Venezuela.
En 1999, la historia cambió. La ONU sancionó en Ginebra a Cuba por la "la represión de los opositores políticos". Y el fallo, que también defendió Washington, fue apoyado por Buenos Aires; aunque esa vez se sumaron otros países latinoamericanos como Uruguay, Ecuador y Chile.
La ONU le pidió también al gobierno de Castro que adhiera a los pactos internacionales que garantizan los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de las personas, pilares del sistema de Naciones Unidas.
En Ginebra, Despouy espera hoy recibir la instrucción de su jefe en el Palacio San Martín. Recién entonces sabrá quiénes ganaron en Buenos Aires.

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El Presidente apoyó a Rodríguez Giavarini

El voto sobre Cuba dividió a los ministros

El voto que la Argentina emitió ayer para condenar a Cuba ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas provocó una dura disputa interna en el gabinete que trepó hasta decibeles inacostumbrados para los aliancistas. Y que requirió, incluso, que Fernando de la Rúa debiera renovar su aval al canciller Adalberto Rodríguez Giavarini ante todo el elenco ministerial.
Todo comenzó a causa de que la Argentina, por primera vez durante un gobierno no justicialista, votó tal como lo hacía Carlos Menem: condenando a Cuba por la falta de derechos humanos en la isla, pero agregando a esa condena una advertencia hasta ayer inusitada, al rechazar, a la vez, el embargo sobre el país que hace 40 años gobierna Fidel Castro. Pero esto último se desconocía en la Casa Rosada, a la hora de la reunión de gabinete.
El revuelo en la Casa de Gobierno se notó muy temprano. Todavía no eran las 9 cuando Rodríguez Giavarini debió soportar los durísimos reproches de ministros radicales y de Graciela Fernández Meijide. Por si fuera poco, luego fue sometido a una especie de interpelación sin tregua que comenzó el ministro de Infraestructura y Vivienda, Nicolás Gallo, y a la que se sumaron inmediatamente los titulares de las carteras del Interior, Federico Storani, y de Justicia, Ricardo Gil Lavedra, en ese orden. Y a las ansias de saber de los primeros, adhirieron voluntariamente el jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno, y por último la ministra de Desarrollo Social.
Todos ellos querían escuchar de boca del canciller por qué un gobierno encabezado por un presidente radical había votado en la misma tradición que inauguró Menem.
Hasta allí lo que había ocurrido, cuando aquí todavía era de madrugada, fue que el representante especial para derechos humanos de la Cancillería, Leandro Despouy, expresaba su voto contra Cuba en Ginebra tal como se hizo durante los últimos diez años y como jamás lo había hecho Raúl Alfonsín en sus años de presidente. El ahora jefe de la UCR se resistió siempre a condenar a la isla.
"Yo soy el presidente del partido y me acabo de enterar", se quejó Alfonsín públicamente y lo volvió a hacer en privado luego de que el canciller le envió por fax los fundamentos del voto. "Hubiera preferido la abstención", diferenció. Lo mismo opinaron Storani y Gil Lavedra, pese a reconocer luego que el voto en contra del embargo fue "positivo".

El voto

Por la continuidad de la costumbre menemista es que, en definitiva, los ministros se enojaron con el canciller. Y parecieron desmedidos en sus críticas, hechas antes de que el diplomático pudiera explicar que la condena no fue en sintonía perfecta con la pretensión de la Casa Blanca.
Lo cierto es que Despouy, en una jugada calificada por él mismo como "digna de la más alta diplomacia", logró incluir en el voto argentino un rechazo al embargo con que los Estados Unidos castigan a la isla. Para ello obtuvo la adhesión total de Chile y, por primera vez en la historia de las votaciones argentinas ante la ONU, de los países de la Unión Europea.
"Hay que mejorar los derechos humanos de Cuba, pero para ello es imprescindible poner fin al embargo norteamericano", sostuvo Despouy en diálogo telefónico con La Nación desde Ginebra, al destacar "el hecho de que la Argentina haya tenido una iniciativa que centró el aval de toda la comunidad europea".
"Fue importante la consulta con el presidente de Chile, que es socialista", destacó De la Rúa. Aludió a Ricardo Lagos, a quien definió como su amigo.
A Despouy se lo escuchaba muy contento, casi feliz, mientras relataba cómo obtuvo el respaldo de 16 países para una moción que, hasta la madrugada, sólo conocían él, el canciller y el Presidente. "Hubo negociaciones con Chile que Europa aceptó y bendijo", sintetizó. "Logramos un voto que coincide con el de los Estados Unidos sin ser totalmente norteamericano, a la vez que tampoco lo es pro cubano", celebró.

Las disputas

"Entre gritos y reclamos de explicaciones al canciller, que debió soportar cachetazos verbales de todos los lados de la mesa, se le quiso cobrar por haber decidido solo el cambio de la postura radical", contó a La Nación un ministro, al relatar las secuencias que tuvo la última reunión del gabinete. La secuencia fue ratificada a La Nación por otros dos ministros.
"Todos gritaban: primero Gallo, luego Storani, Gil Lavedra, Terragno y Fernández Meijide, que sin gritar dijo al canciller que debía una explicación. Mientras Rodríguez Giavarini se acomodaba en la silla con la cadera para un costado y para el otro. Y se pasó más de la mitad de la reunión dando respuestas", siguió la fuente.
Entonces, el jefe de la diplomacia argentina contó en detalle el voto y el matiz importante de haber reclamado el fin del embargo. Además, sostuvo, sería injustificable que la Argentina hubiera modificado una solicitud para que se respeten los derechos humanos.
Así se ganó inmediatamente el respaldo del Presidente, que aclaró ante todos que sabía de antemano el espíritu de la moción argentina. Sólo allí, Gil Lavedra y Storani aclararon que, pese a no compartirlo, avalaban la decisión y reiteraron que, a sus respectivos juicios, la mejor opción hubiera sido la abstención.
"Fue un intercambio amigable y respetuoso y el canciller explicó con toda claridad la situación", describió, luego, el secretario de Cultura y Comunicación, Darío Lopérfido, al recordar las discusiones matinales.
Lopérfido dijo también que el jefe del Estado había asegurado que con la decisión expresada en Ginebra "la Argentina había marcado un paso muy fuerte en su independencia de los Estados Unidos y en beneficio del pueblo cubano, al condenar las violaciones de los derechos humanos en la isla, pero también el embargo".
En su presentación ante la ONU, la Argentina dejó en claro que rechaza "el embargo y otras medidas coercitivas unilaterales que se aplican desde hace varios años contra la isla y que afectan al pueblo cubano".
Además, el gobierno argentino se abstuvo de votar en contra de China y de Irán, dos países con los que la Argentina incrementó el intercambio comercial durante el último mes.
"Obviamente, en estas cuestiones hubo una bajada de línea directa desde la Presidencia que me transmitió el canciller", dijo Despouy a La Nación como para despejar cualquier duda sobre la excelente comunicación que dice mantener el jefe de la diplomacia con el de la Casa Rosada. .

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Octava condena de la ONU para la isla

Resolución: una comisión del organismo cuestionó al régimen de Fidel Castro por violaciones a la libertad de opinión.
GINEBRA.- La Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU) condenó ayer a Cuba, por octava vez, por supuestas violaciones a la libertad de opinión y asociación.
La aprobación de la resolución condenatoria a La Habana se produjo tras un acalorado debate en la sede donde sesiona la Comisión, en Ginebra. El proyecto recibió 21 votos en favor, entre ellos los de Estados Unidos, la Argentina, Chile, España y Gran Bretaña; 18 en contra, como China, Perú, Venezuela y Rusia, y la abstención de 14 países, entre los que se encuentran Brasil, Colombia, Ecuador y México.
El resultado amplía ligeramente el margen conseguido el año último, en el que la condena fue aprobada por un solo voto de diferencia. La resolución, presentada por la República Checa y Polonia, aunque impulsada por los Estados Unidos, contó con el copatrocinio de 12 naciones, y su objetivo, según el viceministro de Asuntos Exteriores checo, Martin Palous, era "reflejar la actitud de los disidentes dentro del país y aliviar el sufrimiento de la población".
La moción subrayó "la continuada violación de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en Cuba, tales como la libertad de expresión, de asociación, de asamblea, y los derechos asociados con la administración de la Justicia".
Pero el embajador cubano ante la ONU, Carlos Amat, afirmó que la única razón para la presentación del documento estaba en "la hostilidad histórica de Estados Unidos contra Cuba". El funcionario acusó, además, que Washington "una vez más tira de las cuerdas de sus ocasionales títeres", en referencia a la utilización de la República Checa y de Polonia para presentar la moción.
Algunos de los países, al explicar su voto, lamentaron que el texto no introdujera referencia al embargo económico que pesa sobre Cuba, una de las principales razones de su situación.
En tanto, y mientras se realizaba la votación, unos 100.000 cubanos marchaban frente a la embajada checa en La Habana, en una protesta organizada por el Estado contra su ex aliada comunista en Praga.
"Traidores, lacayos y marionetas", era una de las consignas que coreaban los manifestantes contra el gobierno checo. Sin embargo, el exilio cubano celebró el "triunfo" obtenido en Ginebra, interpretado como una condena al régimen de Fidel Castro.
"Consideramos que esto es una victoria de los activistas dentro de la isla, de todos los que han tenido la perseverancia de continuar promoviendo el ideal de los derechos humanos dentro de la Nación, redactando las denuncias y enviándolas al exterior, incluso desde las cárceles", aseveró el líder del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, Ricardo Bofill.

El caso de China

Al tiempo que la ONU condenaba a Cuba, China impidió la revisión de la situación de los derechos humanos en su territorio, movilizando nuevamente el respaldo de los países del Tercer Mundo. Al igual que años anteriores, fue el apoyo de numerosos países en desarrollo, que dominan la comisión de 53 miembros, lo que frenó el debate de un intento por censurar a China, acusada de suprimir la religión y aplastar la disidencia.
Se opusieron a la resolución condenatoria 18 países, 12 se abstuvieron -entre ellos la Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y México-, y uno, Rumania, no participó en la votación.
"Debemos reconocer que la situación de los derechos humanos en China continúa siendo grave", denunció el secretario auxiliar de Estado norteamericano, Harold Koh.
El país más extenso del mundo ha eludido la vigilancia de la ONU en cada año desde la matanza de manifestantes en la Plaza de Tiananmen, en junio de 1989. Una censura de la Comisión de la ONU no conlleva sanciones, pero atrae la atención internacional a la situación de los derechos humanos en el país censurado.
 
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Tras la condena al régimen castrista

Un debate interno tras el voto por Cuba

La disputa por la condena a Castro desnudó una puja mayor en la Alianza

El voto con que el martes pasado la Argentina condenó a Cuba puso en negro sobre blanco más de una disputa en el seno del oficialismo: una decisión que se planteó como un paso en el rumbo de la política exterior terminó siendo el reflejo de un debate mayor de la política interior.
No fue casual que uno de los ministros que más fuertemente cuestionaron en privado, y también en público, la moción de condena defendida por el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini fue el titular de Interior, Federico Storani, uno de los hombres más cercanos al ex presidente Raúl Alfonsín.
Así, quienes siguen de cerca la dinámica del gabinete nacional vislumbraron dos posturas muy diferentes. Una que se atribuye al liderazgo del presidente Fernando de la Rúa, y otra, ubicada directamente bajo la influencia de Alfonsín.
Junto con la voz de Storani, en la última reunión del elenco ministerial se escucharon en sintonía las de los ministros Ricardo Gil Lavedra (Justicia), Nicolás Gallo (Infraestructura y Vivienda) y Rodolfo Terragno (Jefatura de Gabinete). Desde el Frepaso se sumó Graciela Fernández Meijide (Desarrollo Social).
Las diferencias entre las ideas de De la Rúa y de Alfonsín resultan por demás obvias para quienes transitan con asiduidad los pasillos de la Cancillería, sobre todo en lo que respecta a la mirada que cada uno, y sus respectivos seguidores, sostienen sobre los Estados Unidos.
Igualmente, las mismas diferencias se evidencian en la Casa Rosada: allí, unos y otros esgrimen posiciones difíciles de conciliar en torno del proyecto de ley de reforma laboral, cuyo debate se encuentra demorado en el Senado. Sólo un dato sirve como muestra de la puja interna en el corazón de la diplomacia: durante su presidencia, Alfonsín se abstuvo sistemáticamente de condenar a la isla gobernada, desde hace 40 años, por Fidel Castro. De la Rúa, no. Y en su primera oportunidad, hace cuatro días, votó igual a como lo hizo durante diez años Carlos Menem.
Esa decisión fue conocida a último momento. Cuando hace 15 días el representante especial para los derechos humanos de la Cancillería, Leandro Despouy, viajó a Ginebra a la reunión de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas afirmó a La Nación que se abstendría de votar. No lo hizo.
Ocurrió que 24 horas antes de la votación recibió un llamado de Rodríguez Giavarini. De la Rúa rompería con la tradición de Alfonsín. Y ése fue el mensaje transmitido vía telefónica.
Para duplicar el valor de ese voto, se consultó, ya en la madrugada del martes, al gobierno chileno, encabezado por el socialista Ricardo Lagos, un hombre que gusta llamarse "amigo" del jefe del Estado argentino.
Las conversaciones contra reloj entre la Argentina y Chile realizadas desde la medianoche hasta el inicio de la sesión en Ginebra fueron relatadas en detalle a La Nación por el propio Despouy. "Hubo largas negociaciones que luego la Unión Europea bendijo", se alegró el diplomático, más cercano a Alfonsín que a ningún otro.
Los argumentos de Despouy fueron insignificantes al ser comparados con la solicitud de la Casa Blanca, remitida a la Argentina y a Chile, para que se volviera a condenar a la isla caribeña.
"Ellos siempre piden el voto", admitió, sin rodeos, el jefe del Palacio San Martín, al divulgar públicamente que hubo gestiones del Departamento de Estado norteamericano para que la Argentina y Chile votaran como finalmente lo hicieron.
En poco menos de dos meses, De la Rúa comenzará su visita oficial a Washington. Lo acompañará su canciller.
Además del voto, los Estados Unidos reclamaron que no se hiciera un pronunciamiento en contra del embargo con que ese país castiga al régimen castrista. Pero este deseo no fue correspondido. Para sorpresa de más un diplomático cercano al canciller no hubo, ante esta negativa, reproche alguno de los Estados Unidos. Hecho que fue destacado en el ministerio.

Malestar cubano

Otra gestión similar fue encarada por Fidel Castro, que envió una carta a De la Rúa, para pedir, sin éxito, que no se condenara otra vez a su país. Ese texto llegó a las manos del presidente argentino el mismo día de la votación.
No fue que la carta haya llegado tarde, sino que la decisión argentina ya había cambiado. Anoche, un importante funcionario del Palacio San Martín reconoció ante La Nación que "aun si hubiera sido leída a tiempo la misiva de Castro, la Argentina no habría dejado de condenar a Cuba".
Cuatro días después de la decisión, y tras las discusiones suscitadas el martes último en la reunión de gabinete, sobrevino el mutismo casi total.
Sólo con silencio el Gobierno respondió a la furia de Castro, que ordenó el retiro inmediato de su embajador en Buenos Aires, Andrés Rodríguez Aztiazarain, en represalia por el voto de Ginebra.
"Son días de mucho silencio porque estamos en otra cosa, en la Semana Santa", fue la explicación que dio ayer un allegado a Rodríguez Giavarini.
"No hay ninguna ruptura con Cuba", dijo a La Nación un funcionario con alto rango en el Palacio San Martín, aunque destacó que "la salida intempestiva del embajador es un hecho muy grave".
Donde sí admiten en voz baja que hubo ruptura fue en el seno de la Alianza. Una decena de diputados, entre los que se contaron socialistas, radicales y frepasistas, escribieron sus explicaciones y disculpas al dictador cubano, para dejar en claro que no comparten el voto.
"Lo lamentable es que el canciller diga que se siente orgulloso de haber votado así", se quejó el diputado socialista Jorge Rivas, al detallar la carta que firmó junto con Marcela Bordenave y Alfredo Bravo, entre otros.

Sin decir adiós

Mientras tanto, el hasta mañana embajador cubano en la Argentina comenzaba a preparar sus valijas y el despacho de sus bártulos de regreso a La Habana. Su vuelo partirá mañana, a las 10.
"Estamos apuradísimos porque la orden fue que volviéramos ya: en este momento, mi marido está en un agasajo de despedida que le organizaron sus amigos y el domingo (por mañana) definitivamente volveremos a Cuba", dijo a La Nación Maira Góngora, esposa de Rodríguez Aztiazarain.
La mujer lamentó luego la premura que el matrimonio debió imprimirle al regreso y la falta de tiempo para despedirse "como corresponde" de las amistades que cosechó aquí, tras vivir durante más de cinco años y medio en el barrio porteño de Belgrano.
La orden llegó apenas se conoció el voto de condena por parte de la Argentina. Un funcionario de la extrema confianza de Castro precipitó, vía telefónica, la retirada.
Incluso, el embajador y su esposa debieron cancelar el cóctel con que, el próximo viernes, se despedirían de funcionarios del gobierno argentino.
"La actitud del embajador es una grosería", evaluó alguien cercano al canciller. .
Andrea Centeno 
 
Diario "Clarín". Buenos Aires, 18 de abril de 2000.
 
 

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