Diario "La Nación". Buenos Aires, Viernes 08 de junio de 2001
Recuerdos de la vida del ex mandatario
Diez años en la cima del poder político
De la hiperinflación a los tribunales
Carlos Saúl Menem, el hombre que en los hechos concentró el poder en la
Argentina entre 1989 y 1999, tal vez se esté preguntando ahora qué es lo
que finalmente le salió mal.
Hasta que el huracán terminó envolviéndolo ayer por la mañana, en el
cuarto piso de los Tribunales de Retiro, había sido el hombre que se
había hecho a sí mismo, el que se había concedido todos (o casi todos)
los gustos, y el que había evitado los tropezones con habilidad de
equilibrista.
En los diez años de gobierno, en los que transformó el país, ocurrieron las privatizaciones, la convertibilidad, el fin de la hiperinflación y la puesta en caja de los carapintadas.
También la reanudación de relaciones con Gran Bretaña y el fin del conflicto con Chile, los atentados contra la AMIA y la embajada de Israel, la reforma de la Constitución, los indultos a jefes guerrilleros y a dictadores, y la instalación de la sospecha de corrupción generalizada.
Al mismo tiempo se construyó a sí mismo para terminar siendo una especie de espejo en el que podía mirarse el imaginario colectivo.
Jugó al fútbol con Pelé y con Maradona, y al golf con Vicente “El Chino” Fernández; hizo secretario de Estado a un peluquero; tuvo una pista de aterrizaje propia; se fue a la playa con una Ferrari de película; hizo que los Rolling Stones lo visitaran en Olivos, y hasta encontró tiempo para recibir en casa a Madonna y a Xuxa.
* * *
Nacido en Anillaco, un pueblo andino de mil habitantes, llegó a pasearse con pompa por el palacio de Buckingham y a tutearse con el presidente de los Estados Unidos.
Entonces, los sueños parecieron no tener fin.
Soñó con la revolución productiva y el salariazo, con que había instalado el país en el Primer Mundo, y hasta se imaginó que podía perpetuarse en el poder.
Sus relaciones siempre fueron heterodoxas. Entre sus amigos estaban Muhammar Khadafy y George Bush; Monzer Al Kassar y Bill Clinton; Ramón Díaz y Gerardo Sofovich.
En realidad, Menem no gobernó diez años sino 3807 días, durante los cuales firmó 472 decretos de necesidad y urgencia y viajó tres millones de kilómetros para ver al Papa y a la reina de Inglaterra, a príncipes árabes y a presidentes europeos, a funcionarios de Vietnam y de Armenia, de Corea y de Túnez.
Hace un año y medio, el 16 de diciembre de 1999, Germán Sopeña describió en una crónica impecable, publicada en La Nacion, los diez años de menemismo que acababan de terminar.
Parafraseando la célebre frase de Luis XIV, el título de esa crónica era: “El Estado fui yo”.
Para el común de los mortales, Carlos Menem había sido una especie de rey.
* * *
Hasta hace pocas semanas, muy pocos se hubieran imaginado a ese hombre, ayer por la mañana, subiendo agitado las escaleras de Comodoro Py.
Lo acompañaba su flamante segunda esposa, tan distinta –aunque las dos fueran rubias– a la primera. Una claque pequeña, pero entusiasta, llegada con apuro desde La Rioja, le bullía alrededor.
Carlos Saúl Menem, un optimista irreductible, sonreía y saludaba, pero ya sabía que estaba perdiendo la batalla.
¿Era posible? ¿Justo él, que durante diez años había concentrado el poder y sido una especie de Luis XIV a la violeta?
Era posible. Y tal vez la clave para advertirlo hubiera estado en observar su entorno y ver cómo habían ido mutando sus aliados.
De los viejos y útiles apoyos de “mi amigo George” y “mi amigo Bill”, en los últimos días sus primeras espadas habían terminado siendo el diputado Daniel Scioli y el consejero Roberto “Roby” Fernández.
Quizás en ese dato mínimo, que él no pudo dejar de advertir, haya estado la clave para adivinar lo que pasó ayer. .
Por Jorge Camarasa De la Redacción de La Nación
Diario "La Nación". Buenos Aires, Viernes 08 de junio de 2001 |
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