viernes, 17 de julio de 2015

ARGENTINA - CHILE. CRISTO REDENTOR. Un símbolo de paz sobre los Andes


Centenario: el Cristo Redentor

Un símbolo de paz sobre los Andes

La monumental imagen fue asentada sobre las altas cumbres como homenaje al acuerdo limítrofe entre la Argentina y Chile
La tensión entre Chile y la Argentina crecía, y el fantasma de la guerra amenazaba con convertir a la cordillera de los Andes en un escenario sangriento. Hasta que el 13 de marzo de 1904 se firmó un histórico acuerdo. El símbolo de aquella paz rubricada fue nada menos que la estatua del Cristo Redentor, erigida a 4200 metros sobre el nivel del mar. Hoy se cumplen cien años.
"La Argentina defendía la línea de las altas cumbres como separación geográfica, mientras que Chile sostenía la divisoria de aguas, con el objetivo de impedir la salida de la Argentina al Pacífico", explicó a LA NACION el historiador Fernando Rocchi, al recordar el eje principal del conflicto.
El encuentro entre los presidentes Julio Argentino Roca y Federico Errázuriz Echaurren, el 15 de febrero de 1899 -en lo que la historia recuerda como "el abrazo del Estrecho", por el lugar donde ocurrió, Punta Arenas- y la aceptación del laudo británico parecieron poner paños fríos a la situación.
"Pero en mayo de 1902 se puso fin a la escalada belicista con la firma del Tratado de Equivalencia Naval, Paz y Amistad entre la Argentina y Chile, más comúnmente conocido como "Pactos de Mayo" por el mes en que se firmó", agrega Rocchi.
La imagen del Cristo ya existía antes de la firma del acuerdo. Entonces adornaba el patio central del colegio Lacordaire, en Buenos Aires. Se trataba de una imagen realizada por el artista argentino Mateo Alonso, y ordenada por el obispo de Cuyo, fray Marcelino Benavente, para ser colocada en el Puente del Inca, en la cordillera de los Andes. La idea rectora fue un documento de León XIII, en el que pedía a su diócesis "la exaltación monumental de Cristo", con motivo del nuevo siglo.
Chile y Argentina habían firmado los tratados de paz y, paralelamente, el 25 de Mayo de 1903 se organizó un acto militar en Campo de Mayo. La lluvia obligó a su suspensión. Por esos días, la laica entrerriana Angela de Oliveira Cézar de Costa, reconocida por su devoción y tenacidad, vio en aquella tormenta un mensaje, una demostración de que no debían mezclarse actos cuasi bélicos con los festejos de la paz. Ella decidió organizar, para tres días más tarde, una reunión en el patio donde se hallaba el Cristo, a la que invitó a las autoridades consulares chilenas y al presidente Roca.
Llovía y la presencia del Cristo en el patio del colegio se imponía ante los ojos de las 200 personas. El presidente Roca prometió que su gobierno haría de esa estatua el monumento representativo de la paz . El domingo 13 de marzo de 1904 quedó asentada la imagen: Oliveira Cézar de Costa escribió sobre aquel momento: "Allí en la cumbre, al percibir su figura, el viajero siente la impresión de una viva realidad, el placer tranquilo que debe sentirse al encontrar a un amigo, y el impulso de caer de rodillas ante el Cristo solitario que se destaca entre las nieves".
 
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Misceláneas

El Cristo Redentor, en el despacho del zar

Por Miguel Angel De Marco
Para LA NACION
Un desapacible día de invierno de 1905, el teniente coronel Enrique Rostagno, que había sido designado por el presidente Julio A. Roca como observador militar en la cruenta guerra ruso-japonesa, se presentó acompañado por el ministro argentino Eduardo García Mansilla en el palacio Tsarkoie-Selo, residencia de los zares en Petrogrado. Debía saludar y agradecerle a Nicolás II por haber dado su beneplácito para que se incorporase al núcleo de militares de distintos países cuya misión era estudiar e informar a sus respectivos gobiernos sobre episodios que se desarrollaban en el frente de Manchuria y en el mar.
El soberano le manifestó en perfecto francés su profundo aprecio hacia nuestro país, a la vez que se refirió con palabras llenas de emoción al gesto de la Argentina y Chile, que luego de firmar los Pactos de Mayo para aventar la posibilidad de una absurda lucha, acababan de sellar en la piedra y el bronce la paz entre dos pueblos hermanos.
Ambos visitantes se sorprendieron al comprobar que el monarca estaba detalladamente informado con respecto al episodio del que hoy se cumplen cien años. No sólo había llegado a tantos miles de kilómetros la noticia de aquel hecho trascendente, sino que el zar tenía en su poder, en un despacho que Rostagno definió como sencillo y austero, una réplica del Cristo que en su actitud de bendecir remataba la nobleza de la afirmación escrita en la piedra andina: "Se desplomarán primero estas montañas antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada al pie del Cristo Redentor".
El hecho de que en la remota Rusia se conociera con precisión la pujante realidad del país, hizo pensar a Rostagno en el prestigio alcanzado en pocos años por la Argentina.
Dos años antes, la entonces moderna fragata escuela Presidente Sarmiento, que realizaba su tercer viaje de instrucción, se había convertido en eficaz embajadora del país. El buque había llegado a la base naval de Kronstadt, y luego de recibir homenajes y visitas de funcionarios y público, había remontado el río Neva para arribar al puerto de San Petersburgo. El zar recibió en audiencia al comandante del buque, capitán de navío Félix Dufourq, con quien departió sobre las notables perspectivas de la Argentina, y le manifestó su deseo de recorrer tan airoso velero. En medio de honores militares, embarcó junto con la zarina y otros miembros de la monarquía y la nobleza, en compañía de altos dignatarios del imperio. A Nicolás II lo fascinaban los barcos, por lo que se dedicó sin prisa a apreciar las sobrias líneas de la fragata, conversar con su comandante y contemplar la gallarda estampa de los oficiales y cadetes.
Sin embargo, quien con tanta unción se había referido en la posterior visita de Rostagno al abrazo fraterno en la parte austral de América del Sur, desconocía, porque sus ministros y generales se lo ocultaban y porque carecía de energía y voluntad, la magnitud de la guerra que libraban soldados y marinos en inhóspitas regiones donde las temperaturas oscilaban entre los 40 y 50 grados bajo cero.
Se dice en una breve biografía de Rostagno que publicó su viuda: "Oyéndolo tan enterado de cosas lejanas, el teniente coronel hubo de cometer un error, al que prestó remedio su viveza criolla. Dijo a su majestad que le agradecía la ocasión que le proporcionaba de asistir al desarrollo de una gran guerra. Y ante la súbita transformación de la fisonomía de su amable interlocutor, acompañada de una sorprendida pregunta: "¿Es que usted cree que es una gran guerra?", comprendiendo la ignorancia en que habían dejado los consejeros al responsable directo de la resolución, respecto del poder y condiciones del enemigo, acudió eficazmente a la explicación más plausible de su apreciación, que había de serenar el "nublado": "Sí, majestad, porque se pondrán en uso por primera vez y permitirán comprobar su eficacia, todos los últimos inventos: la pólvora sin humo, los fusiles de tiro rápido, las ametralladoras, el telégrafo sin hilos, los globos aerostáticos, etcétera". Recuperando nuevamente su suave fisonomía, el zar asintió sonriente: "Es cierto, es cierto", y se despidió prometiendo recomendarlo personalmente, cosa que en la lejana Manchuria pudo comprobar".
Tiempo después, una contundente derrota abatió las banderas de Nicolás II en la tierra y los mares, teatros de operaciones donde, dicho sea de paso, había otros observadores argentinos: el capitán de fragata José Moneta, en las naves rusas, y el capitán de navío Manuel Domecq García, en la escuadra de Japón.
Quizá el último zar de Rusia no supo jamás que en la aplastante victoria nipona en la batalla naval de Tsuhima, tuvieron decisiva influencia dos acorazados vendidos por el país cuya pujanza y espíritu pacífico admiraba. En efecto, tras los Pactos de Mayo, el Moreno y el Rivadavia (denominados por los japoneses Nishin y Kasuga), ambos buques sobraban en una marina obligada a equiparar su poderío militar con el chileno. Y fueron a dar vigor y rapidez a la flota del almirante Togo en el momento de la acción definitiva.
En cuanto a Rostagno, que escribió el libre sobre "Los ejércitos rusos en Manchuria", valorado unánimemente por los estados mayores europeos, no olvidó a lo largo de su accidentada vida militar la escena de Tsarkoie-Selo, donde un hombre pronto abatido por acontecimientos que no supo o no pudo superar, hablaba de concordia con la mirada puesta en la pequeña réplica del bronce que representaba al Salvador del mundo.

Mensaje papal

  • Los presidentes de la Argentina, Néstor Kirchner, y de Chile, Ricardo Lagos, estarán presentes hoy en la ceremonia oficial en la que se conmemorará el centenario de la inauguración del Cristo Redentor. Los mandatarios pronunciarán sendos discursos protocolares a más de 4000 metros de altura en plena cordillera de los Andes. Pero el momento culminante del acto, que comenzará a las 10, será, seguramente, la lectura de un mensaje especial enviado desde Roma por el papa Juan Pablo II.
El autor es presidente de la Academia Nacional de la Historia.

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