A LA ARGENTINA NO LE CONVIENE ENTRAR EN EL ALCA
Pablo Calvi
Diario "Clarín". Buenos Aires, 27 de julio de 2003.
Tania levanta la carpeta con los brazos minúsculos.
En la portada alcanza a leerse un título en inglés que habla del "rostro
humano de la globalización". Son más de 800 páginas tamaño carta, a doble
espacio, que esperan ingresar en la imprenta de la prestigiosa Oxford
University Press a principios de diciembre. Las manipula un tanto
desdeñosamente, sí. Como si el contacto con semejante pila de papel le trajese
a la memoria el trabajo de meses que llevó la edición completa del último libro
de su jefe. Se lo lleva de la oficina cargándolo y lo deja descansar en un estante,
al mamotreto, mientras escucha a Jagdish Bhagwati, autor del trabajo y uno de
los más prestigiosos economistas en todo el mundo, pedir que no le pasen
llamados durante dos horas, por favor.
Sentado
al borde de la silla resulta fácil imaginarlo escribiendo tanto y tan largo a
Bhagwati. Tiene un fraseo interminable como su nariz, es uno de los mayores
expertos en comercio internacional y trabaja en el Consejo de Relaciones
Internacionales, un organismo asesor del gobierno de los Estados Unidos. Pero,
curiosamente, no se priva ni por un segundo de despotricar contra el
"libre-comercio-a-la-americana" desde el mismísimo corazón de Park
Avenue, un nido de rascacielos en el que habitan los más poderosos industriales
de toda Nueva York. El prestigio entre sus pares economistas lo cubre
—tácitamente, eso sí— con un velo de inmunidad, que lo torna directo al hablar
a la vez que filoso y virtualmente invulnerable.
—En su último libro, usted manifiesta una preocupación creciente por los problemas que acarrean los tratados bilaterales. ¿Qué opina del ingreso de Argentina y Brasil al ALCA?
—Creo
que todo esto debe pensarse desde dos terrenos (dice sonriendo): el económico y
el político. Desde el tema político, países como Brasil y la Argentina, que son
grandes y los líderes en América del Sur, tienen un gran potencial y
naturalmente deberían pensarse como los líderes de la región. Como la India en
el Sudeste de Asia. Entonces, cuando los Estados Unidos los miran con desdén,
creo que no hay dudas en mi mente de que el ALCA se convierte en un instrumento
político. Los Estados Unidos lo utilizan para ser hegemónicos también en
América del Sur. Yo veo un conflicto latente a través del cual se deberá
discernir quién va a ser el mayor jugador de la región. Si yo fuese brasileño o
argentino diría que no quiero el ALCA. Porque los Estados Unidos no sólo miran
la economía, sino que piensan la integración en términos de hegemonía. El ALCA
no es mucho más que una versión expandida del NAFTA.
—Entonces, ¿el acuerdo bilateral con Chile entraría dentro del mismo esquema?
—Los
Estados Unidos insistieron durante mucho tiempo para lograr esto con Chile. Y
los chilenos lograron algunas preferencias aquí y allá, que eventualmente se
van a desvanecer. Porque el comercio se liberaliza cada vez más y más. Las
preferencias que obtuvieron se relacionan con las tarifas generales para
exportar sus bienes a los Estados Unidos. Pero si estas tarifas caen
internacionalmente, las preferencias se desintegran. Sin embargo, como
contrapartida, toda la política de los Estados Unidos en términos de acuerdos
bilaterales incluye una serie de temas que no tienen que ver con el comercio.
Ellos (dice y señala con el pulgar derecho por su ventana, con vista a los
árboles de la calle 68 Este en Manhattan), ellos fuerzan a los países a
firmarlos. Acá es donde los grandes como India, Brasil y la Argentina deberían
sentar precedente y decir "¡no, no queremos esto!". Si yo fuera un
negociador para el ALCA, pediría que incorporasen en el convenio a todos los sectores
del comercio, incluido el agrícola, y que se sacasen todos los artículos que no
tienen que ver con comercio. Por ejemplo, el del derecho de la propiedad
intelectual, el control del flujo de capitales, los estándares relacionados con
las condiciones de trabajo. Yo no creo que esta gente (vuelve a señalar hacia
la ventana) deba decirnos a nosotros cuáles son los estándares de trabajo que
debemos impulsar. Por eso estoy encantado cuando Kirchner o Lula se oponen. Son
gente inteligente y deben oponerse al ALCA (remata con una sonrisa de dientes
blanquísimos).
—¿También considera que habría que oponerse a la constitución de bloques Regionales del tipo MERCOSUR?
—¿También considera que habría que oponerse a la constitución de bloques Regionales del tipo MERCOSUR?
—MERCOSUR
es, de hecho, como la coraza de la Unión Europea. Va por una profunda
integración, no solamente en el nivel del comercio. Todavía no llegó demasiado
lejos, pero su modelo es el de la Unión Europea, el del Tratado de Roma de
1967. Busca una integración más profunda. El modelo estadounidense está basado
en el comercio. Ellos quieren usar el NAFTA como plataforma. Y creo que muchas
economías no quieren pensar al comercio como un instrumento para la integración
regional porque, de hecho, no es necesario. Si yo fuese un consultor de países
como la Argentina o Brasil, les diría que no entren en el NAFTA porque ahí es
donde los Estados Unidos manejan el juego como mejor les parece. Ambos países,
en principio, son grandes, fuertes y dinámicos. Ahora están en problemas, pero
muchos países tienen problemas. Obviamente van a salir. Y lo que deberían hacer
es estar a favor de la opción multilateral. Tanto la Argentina como Brasil
deberían estar en condiciones de comerciar con el mundo entero. Si llegasen a
incorporar el sistema de preferencias estadounidense dentro de sus propios
sistemas, que es lo que están buscando los Estados Unidos, a la corta o a la
larga van a entrar en problemas. El MERCOSUR es un objetivo político, y de este
modo es más que correcto perseguirlo. Sí que es una opción. Hay que usarlo al
modo de la Unión Europea. Ese modelo va a enriquecerlos como naciones mucho más
que un modelo como el ALCA.
—Pero la incorporación al ALCA parece casi irreversible.
—
En ese caso, lo mínimo que
tienen que hacer es insistir con que todos los temas de comercio sean cubiertos
(incluso el agrícola) y todos los temas no relacionados con el comercio, como
el control de capitales, el tema de la propiedad intelectual, los estándares de
trabajo y los estándares ambientales queden fuera. No es que no deban pensar en
estos temas, sino que sus países tienen que encontrar la manera de lidiar con
ellos de un modo diferente, de acuerdo con sus posibilidades. Si no, sólo basta
mirar a México. Están sudando lágrimas (se toca la frente) porque ahora los
Estados Unidos empezaron a abrir sus acuerdos de libre comercio con otros
países. Las ventajas que tenían desaparecieron y las concesiones que hicieron
para lograr el acuerdo se van a mantener, como los derechos para la exploración
de petróleo, los derechos de protección de la propiedad intelectual. Este tipo
de acuerdo produce alguna prosperidad en el corto plazo, pero en el largo plazo
todo termina por volverse en contra.
—¿Estos son los objetivos que usted llama "no económicos" del libre comercio?
—Claro.
Cada lobby de acá, por ejemplo, ¿por qué habría de incorporarse a un tratado
comercial? Los países en desarrollo deben discutir estos temas puertas adentro.
Muchas de estas decisiones pueden afectarlos negativamente. ¿Alguna vez vio el
tratado del NAFTA? Mide casi diez centímetros de grueso y no tiene nada que ver
con la liberalización del comercio, sino que el 90% del tratado está
incorporando algún tipo de protección para la industria estadounidense. Como
reglas de origen, o cosas por el estilo. Y lo que hay que hacer es dejar estas
cosas de lado. Ni el NAFTA ni el ALCA tienen que ver con el comercio. Los
Estados Unidos están usando a todos sus abogados y a todos sus lobbystas para
poner barreras sutiles, sobre todo en acuerdos de tipo bilateral. Y los países
en desarrollo a veces no tienen ni el tiempo ni los recursos como para seguir
todos estos movimientos. Mucha gente piensa que esto es comercio, pero yo creo
que es exactamente lo contrario. Creo que debemos tener claro cuál es el juego
que se está jugando en este tipo de acuerdos. No es solamente de comercio internacional
de lo que se trata aquí, sino que subyace algo más sofisticado. Es lo que los
americanos llaman un "juego de corazas". Los temas realmente
vinculados con el comercio tienden a dejarse de lado en este juego. Tenemos que
tener mucho cuidado.
—La restricción en el flujo de capitales tiene que ver con este tipo de medidas de control, ¿no es así?
—Sí,
claro. Y mi opinión es que deberíamos ser libres de usar este tipo de
regulaciones. Lo que Estados Unidos está tratando de hacer es impedir que los
países puedan controlar estos movimientos de dinero. Yo no estoy a favor de que
los controles se usen todo el tiempo, y por eso distingo dos tipos de
situaciones: la de los países como India y China, que siempre tuvieron
controles de capitales, en cuyo caso la pregunta sería: ¿deben dejarlos y
desplazarse hacia una idea de mercado libre más afianzada? Este esquema es
diferente al de Malasia o al de la misma Argentina. Ambos tenían un flujo libre
de capitales y entraron en crisis. La pregunta acá sería: ¿deben imponer
controles de capitales tras haberse liberado de ellos? Estas son dos cuestiones
diferentes. Creo que, en ambos casos, el control de capitales puede ser útil.
Hasta el FMI lo admitió. Aunque no es bueno que se mantenga durante demasiado
tiempo. Uno o dos años, tal vez, hasta que el mercado aprenda a sortearlos.
Cuando uno impone controles de capitales es porque no tiene demasiadas más
opciones.
—Desde la devaluación, la Argentina intenta enfocarse en una estrategia más y más exportadora en base a un tipo de cambio elevado. ¿Qué opinión tiene de esta lógica comercial a largo plazo?
—Todo tiene un límite como
política. En la India, por ejemplo, nos excedimos con la sustitución de
importaciones. Hubo una primera fase en la que resultó bueno tenerla. Pero después
las empresas tendieron a relajarse. Claro, si no hay otros competidores que les
respiren en la nuca, los empresarios se dejan estar. Y con las políticas
económicas siempre hay que fijar metas claras. Es como tomar un micro de Nueva
York a Boston. Hay que bajarse en Boston, y no seguir hasta Alaska. Por eso es
importante tener buen juicio político. En el momento en el que se logra un
nivel aceptable de industrialización, ahí es mejor abrirse y empezar a
competir. Le pongo por caso lo que pasó en mi país, cuando yo era asesor en los
70. Creímos que podíamos llegar a un nivel muy alto de industrialización detrás
de nuestras tarifas. Y la cosa empezó bien, pero a la larga resultó bastante
ineficiente. Por ejemplo, gracias a la integración comercial multilateral,
Corea del Sur y Taiwán pudieron incorporar mucho más valor agregado a su
industria que un país gigantesco como la India durante esos años. Entonces,
nosotros perdimos el tren. Por eso, si la Argentina quiere industrialización
sustentable y no sólo prosperidad, es necesario un poco de competencia del
exterior. Todos la necesitan. Si no, no hay equilibrio (se balancea en el borde
de la silla). Si no necesito competir, me relajo automáticamente. Claro que la
opción no es el bilateralismo, y mucho menos con los Estados Unidos. Hay que
enfocarse dedicadamente al comercio multilateral. Los ejemplos de Corea y
Singapur son más que elocuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario