Sábado 28 de diciembre de 2013
La paradójica relación con los Estados Unidos
Recientemente,
y por primera vez en muchos meses, un secretario de Estado
estadounidense hizo una mención elogiosa de la Argentina. Durante su
alocución del 18 de noviembre ante la OEA, John Kerry destacó el
potencial de complementación energética en el continente e indicó el
aporte conjunto del "gas natural de Estados Unidos y de la Argentina".
En síntesis, avizoró la probabilidad de una sociedad entre ambos países a
través de un activo compartido. Ello obedece a un hecho elocuente:
según una evaluación preparada por la consultora Advanced Resources
International a solicitud del Departamento de Energía, Estados Unidos
cuenta con la mayor cantidad de gas shale técnicamente recuperable y la Argentina se sitúa tercera en el mundo. Respecto al petróleo shale
, Estados Unidos se ubica segundo y la Argentina está en cuarto lugar.
No al azar, el acuerdo Chevron-YPF es el resultado de una mirada
estratégica de la petrolera estadounidense principalmente y, de manera
concurrente, del gobierno de Washington.
Habrá que observar si el
Estado argentino, el sector petrolero nacional, los partidos políticos y
los sectores sociales del país entienden y convalidan la naturaleza
estratégica de las decisiones que se están adoptando en el terreno de
los hidrocarburos. Al fin y al cabo, la Argentina sigue necesitando un
mapa de ruta de su inserción en el mundo y muy pocos parecen interesados
en reflexionar y deliberar al respecto.Ahora bien, para varios actores, dentro y fuera del país, la tácita y muy limitada reaproximación entre Estados Unidos y la Argentina -que se podría extender, quizás, al terreno de la deuda con los "fondos buitre" y la negociación con el Club de París- es sorprendente. Esa sorpresa es compresible si se cree que las relaciones internacionales son lineales y que siempre las ideas y la retórica son más trascendentales que los intereses y las prácticas. Sin dudas, ha habido, hay y habrá divergencias fuertes entre Buenos Aires y Washington en distintos temas (ALCA, Venezuela, golpes de Estado en la región, proteccionismo, Palestina, etcétera). Con razón se ha escrito bastante sobre ello.
Sin embargo, la posición específica de la Argentina en ciertos foros y temas muestra un disenso menor al que, comúnmente, se asume: la conducta concreta de un país se verifica al momento en que debe asumir un voto. Por ejemplo, en la Asamblea General de la ONU el nivel de coincidencia entre los dos países, desde 2001 hasta 2012, es semejante al que tienen países como Brasil y Chile respecto a Estados Unidos. Buenos Aires ha estado más próximo a Brasilia y Santiago que a Caracas en su comportamiento respecto de Washington. Para el caso, en las votaciones de 2012, las coincidencias respectivas de la Argentina, Brasil y Chile con Estados Unidos fueron del 37,8, 35,1 y 39,0%.
Cuando el país ha estado en el Consejo de Seguridad -2005, 2006 y 2013- votó cercanamente a Occidente, en general, y a Estados Unidos, en particular. En 2005, la Argentina tuvo 89 votos positivos, tal como fue el caso de Francia, mientras Estados Unidos tuvo 87 votos positivos y 2 votos negativos. En 2006, la Argentina votó exactamente igual a Estados Unidos: 70 votos positivos y 1 abstención. En 2013 y a la fecha, en todos los asuntos, la Argentina votó junto a Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
En el marco de la Organización Internacional de Energía Atómica y respecto al tema de Irán, la Argentina siempre votó con Occidente desde 2003 hasta 2012. En ese lapso, Cuba votó en cuatro ocasiones contra las resoluciones mayoritarias, Venezuela en tres y Ecuador en una, mientras Brasil se abstuvo en dos oportunidades y Ecuador y México lo hicieron en una.
Cabe destacar que estas relativas coincidencias entre ambos países -que hay que mencionar, sin exagerar- se dan con un telón de fondo muy peculiar: el alto grado de cuestionamiento de la opinión pública argentina respecto de Washington. La Argentina se ubica en el mundo entre las sociedades más críticas respecto a EE.UU. A más de una década de la crisis de 2001-2002 en la que los sondeos internacionales reflejaban un muy alto nivel de opinión adversa a Estados Unidos, los datos de 2013 del Global Attitudes Project del Pew Research Center continúan mostrando aquella tendencia, aunque menos intensa. La opinión favorable de Estados Unidos de parte de los argentinos está entre las más bajas: un 41%. Ése es el rango en que están los tunecinos (42%) y los chinos (40%); por debajo de los venezolanos (53%), bolivianos (55%), mexicanos (66%), chilenos (68%) y brasileños (73%). La opinión desfavorable de EE.UU. es en la Argentina del 41% (semejante a Rusia, 40%) y superior a El Salvador (17%), Brasil (23%) y Chile (24%).
De acuerdo con el Latin American Public Opinion Project de junio de este año y en el ámbito de la defensa, la Argentina tiene el nivel más bajo de toda la región en cuanto a la confianza en las fuerzas armadas estadounidenses: apenas el 26,6% (frente al 45,5% de Colombia y el 54,2% de Brasil). Asimismo, el porcentaje que considera que las Fuerzas Armadas deberían trabajar conjuntamente con las de Estados Unidos para mejorar la seguridad es sólo del 28,6% (en comparación al 57% de México y al 70,6% de Nicaragua). A su vez, el 52,3% de los argentinos considera que la influencia de Estados Unidos en América latina es negativa; sólo 21,3% la considera positiva. Por último, mientras que el 33,5% de los latinoamericanos considera que Estados Unidos debiera ser el modelo de desarrollo por seguir, sólo el 11,8% de los argentinos se inclinan por ese modelo.
Estamos entonces ante una relación argentino-estadounidense más compleja y paradójica que lo que usualmente se comenta. Entre los argentinos que miran el pasado de esa relación -en particular, los años noventa- para añorarlo o impugnarlo y los que observan el presente para estigmatizarlo, desecharlo o tergiversarlo, cada vez parece haber menos interesados en pensar seriamente sobre el futuro. Un futuro que podrá reforzar nuestra larga declinación o que permitirá, gradualmente y con mucho esfuerzo, reconstruir poder e influencia en los asuntos regionales y mundiales.
© LA NACION.
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