Diario "La Nación". Buenos Aires, Domingo 05 de junio de 2011
Libros / Anticipo
Un testigo privilegiado del acontecer mundial
En
Confidencias diplomáticas, Carlos Ortiz de Rozas recoge sus
experiencias como embajador. En este fragmento, la propuesta británica
sobre Malvinas que estaba en marcha antes de la guerra
Yo
sabía muy bien que el eje central de mi gestión consistiría en tratar
de impulsar la solución del litigio por las Islas Malvinas y también
sabía, por mi anterior experiencia en Londres, que la manera de hacer
progresos en esa materia era ampliar lo más posible el círculo de
notables que debería frecuentar, y no circunscribirme únicamente a los
funcionarios del gobierno. Estimé que también podían hacer aportes
valiosos ciertos miembros del Parlamento, empresarios con intereses en
la Argentina, banqueros y, en menor medida, allegados a la Corte. Me
dediqué a relacionarme con ellos.
Como en todas las cosas, había
que empezar por el principio, así que, no bien me puse al frente de la
Embajada, hice una visita de cortesía al ministro adjunto del Foreign
Office, Nicolás Ridley, hombre de gran confianza de la premier Margaret
Thatcher. Haciendo gala de una gran simpatía y un trato abierto, en esa
entrevista inicial me manifestó que su gobierno tenía el firme propósito
de concluir con los últimos resabios coloniales del Reino Unido,
señalando específicamente a Malvinas, Gibraltar, Belice (Honduras
británica) y Hong Kong. Pocos días después, Ridley nos invitó a comer
muy informalmente en su casa. [...] Ya de sobremesa, retomó el tema de
la intención de resolver los últimos problemas coloniales, cuestión que
indudablemente le preocupaba. [...]A fines de abril continuó ese diálogo en una reunión de las dos partes celebradas en Nueva York, con la participación por el lado argentino del subsecretario de Relaciones Exteriores, comodoro Carlos Cavándoli, el director general de Antártida y Malvinas, embajador Angel Oliveri López, el jefe de gabinete del canciller Carlos Bloomer Reeve y yo.
La delegación británica estaba integrada por el ministro Nicolás Ridley, el subsecretario adjunto G.W. Harding y el embajador en Buenos Aires Anthony Williams. Allí se habló de todo lo relativo a la disputa de soberanía sobre las Islas Malvinas. La charla fue sólo de puertas adentro, porque al salir, respetando lo acordado, las declaraciones de unos y otros acerca de los temas abordados fueron de gran discreción. Absolutamente nada trascendió a la prensa.
En realidad, el ministro Ridley explicó las ideas que había concebido, con el apoyo de Thatcher, para concretar su programa descolonizador. Se quejaba y con razón: "Ustedes quieren recuperar las islas y somos nosotros los que tenemos que imaginar las fórmulas que permitan una transición ordenada y aceptable para todas las partes afectadas. ¿Por qué no nos someten propuestas?".
Lo cierto era que en la Argentina nadie se animaba a proponer otra cosa que no fuese la devolución lisa y llana de las islas, con desagravio a la bandera por la ocupación ilícita desde 1833. La falta de realismo político y el temor a la reacción de los "ultras" tuvieron como resultado la pérdida de coyunturas favorables.
Ante ese vacío de nuestra parte, otra vez el gobierno británico tomó la iniciativa, evidenciando así que tenía el propósito de resolver la disputa. En ese contexto, Ridley expuso un programa tentativo que denominó de lease-back, traducido entre nosotros como "retroarriendo". Era bastante sencillo, pero de profundos alcances. Sus puntos principales eran: 1) El Reino Unido reconocería la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas; 2) En ejercicio de esa soberanía, el gobierno argentino le solicitaría al gobierno británico que se hiciera cargo de la administración de las islas por un plazo a determinar (el lease-back); 3) Durante ese período de administración británica, la autoridad ejecutiva de las islas sería ejercida por un gobernador, designado por el gobierno británico y asistido por un Consejo Legislativo elegido por los habitantes de las islas, en el que también participarían representantes argentinos con voz pero sin voto; 4) La Argentina designaría un Alto Comisionado, con residencia en las islas, que transmitiría los puntos de vista del gobierno argentino; 5) Durante el período del retroarriendo, serían idiomas oficiales el inglés y el español, lenguas en las que se impartiría la enseñanza y en que serían escritos los carteles públicos, y 6) Al término del período de la administración británica, la soberanía plena pasaría a la Argentina.
El proyecto incorporaba muchos elementos del condominio sobre las islas propuesto por la embajada del Reino Unido en 1974 y que el presidente Perón había manifestado su decisión de aceptar, aunque no pudo materializarse por su fallecimiento apenas dos semanas después. Todo lo cual demostraba una interesante continuidad en las ideas británicas a este respecto. Tanto en Londres como en Buenos Aires -e incluso en las mismas Islas Malvinas-, la diplomacia británica fue enhebrando una serie de pasos tendientes a materializar una solución pacífica y mutuamente acordada para dar término a la más que centenaria disputa..
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