Diario "Clarín". Buenos Aires, 24 de agosto de 2014.
Kicillof candidato, una apuesta para cuando haya que dejar el poder
Hipótesis electorales del Gobierno, al calor de la pelea con los fondos buitre Están midiendo la imagen del ministro en las encuestas. También las del secretario de Seguridad, Sergio Berni.
Cristina encontró en la guerra contra los fondos buitre la bandera que necesitaba para sostener su intento de conservar capital político y simbólico en su camino de retirada del poder; Kicillof es a la vez impulsor e intérprete perfecto del deseo profundo y las continuas variaciones tácticas de la Presidenta; por lo tanto Kicillof deberá ser la cara visible del cristinismo en su versión electoral, la referencia para indicarle en 2015 al núcleo duro de votantes irreductibles dónde deben alinearse los soldados de Cristina.
Puede
ser pura teoría y por lo tanto necesitará confirmación empírica. Pero
desde el análisis esta ecuación cierra. Y no sólo desde el análisis: la
Casa Rosada volvió a ordenar a encuestadoras de confianza que midan la
imagen del ministro de Economía, de altísimo perfil público, aunque sean
desoladoramente magros los resultados si se mira el conjunto de su
gestión. Pero es lo que hay. Al sistema de poder en lenta retirada no le
sobran figuras emblemáticas capaces de sostener el relato. “Lo de Kicillof va en serio” apunta un peronista que pasó muchos años trabajando con Néstor y Cristina y que hasta hoy mantiene línea abierta con funcionarios clave de la Casa Rosada.
¿Kicillof candidato a qué? En fuentes del peronismo oficialista aseguran que como mínimo podría ser primer candidato a diputado por la Capital.
Los más arriesgados estiman que quizás Cristina además intente implantárselo a Daniel Scioli como candidato a vicepresidente, si el gobernador bonaerense se mantiene como el favorito para las primarias kirchneristas.
A Scioli esta variante le causaría muy poca gracia. Sería el modo de Cristina de confirmar que nadie tiene permiso para jugar un partido propio si lleva puesta su camiseta. Y una dificultad más para Scioli si pretende mostrarse como portador de la “continuidad con cambio”. Llevarlo a Kicillof en la fórmula explicaría muy bien la continuidad, pero sería bastante difícil percibir dónde estaría el cambio.
Lo único seguro, si algo seguro hay en política, es que Kicillof apunta a ser el abanderado de Cristina en la retirada y más allá de 2015. Ese es hoy el propósito, sostenido por la voluntad de la Presidenta en la esperanza de que ni el deterioro del salario, ni la caída de la inversión y del consumo, ni la pérdida de empleos, ni la nueva trepada del dólar, mellen el filo de su favorito.
¿Cómo está Kicillof en las encuestas? Según la última medición nacional de la consultora Management & Fit, que no trabaja para el cristinismo, cuenta con 17,5% de imagen buena y muy buena; 27,5% de imagen regular (mitad positiva, mitad negativa) y 32,5% de mala imagen; con un 7,5% que no contesta y un 15,1% que dice no conocerlo. El balance entre imágenes le da 17,8% negativo. No es que tenga por delante un futuro venturoso, pero nada intimida al arriesgado ministro.
Con el veranito en pleno invierno que el Gobierno consiguió construirse alrededor de su guerra contra los fondos buitre, en el círculo hermético que rodea a la Presidenta (su hijo Máximo Kirchner, Kicillof, Carlos Zannini) renació la esperanza de ir con candidatos propios a la elección del año que viene, salteando lo que parecía la concesión obligada de candidaturas relevantes a dirigentes que forman parte del kirchnerismo pero no son tropa propia.
El primero que lo puede sufrir es Scioli. El segundo es Florencio Randazzo, con su particular diseño de peronismo a la vez clásico y moderno. El ministro de Interior y Transporte vino trepando parejo en las encuestas basado en sus logros de gestión (trenes, documentación personal), y se perfila como un desafiante con espesor propio en las primarias presidenciales del Frente para la Victoria y como un candidato fuerte si decide competir en la Provincia.
Pero Randazzo, dicen fuentes oficialistas, no tiene ni tuvo el favor de La Cámpora, la agrupación que expresa en el kirchnerismo la influencia de Máximo y que a partir de ese respaldo alcanzó un fuerte desarrollo territorial y un avance constante en la ocupación de cargos estratégicos de la administración.
Julián Domínguez, el presidente de la Cámara de Diputados, también con ambición presidencial y una construcción política encaminada en ese sentido, sería mejor visto en las cercanías de Cristina si hay que definir un candidato a gobernador de Buenos Aires. Pero tampoco es ciento por ciento propio.
Demasiado peronista, quizás.
Como Randazzo. Allí es donde alguien pensó en Sergio Berni, el hiperactivo y verborrágico secretario de Seguridad, que fue kirchnerista de Alicia Kirchner en Santa Cruz en los años 80, antes incluso de que Néstor llegara a la gobernación.
“A Berni lo están midiendo para la Provincia y no les da mal” confió, por cierto que con tono preocupado, un experto dirigente del peronismo bonaerense. Una hipotética irrupción de Berni en la escena electoral representaría un golpe duro al eje de poder que construyen los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires.
Pero Berni, más allá de la irresuelta y quizás agravada crisis de inseguridad, gana puntos en la opinión pública con su constante presencia en puntos de conflicto y con un discurso duro que poco tiene que ver con la lógica del relato, pero que sintoniza con cierta demanda social.
El boceto de una eventual candidatura de Berni en la Provincia cabalga, a la vez, sobre el relativo entusiasmo que en los círculos de decisión de la Casa Rosada despiertan otros postulantes oficialistas, como el jefe de la ANSeS Diego Bossio, o el presidente del PJ bonaerense e intendente de La Matanza, Fernando Espinoza.
La hipótesis Berni también da por hecha la migración de Martín Insaurralde, el postulante mejor posicionado de todos los potenciales candidatos a gobernador, hacia las filas de Sergio Massa.
Claro que todos juegan, y no solamente los que entran en el espacio central del poder. A Insaurralde, por ejemplo, lo esperan con ánimo bélico en la interna del Frente Renovador donde abundan aspirantes a la gobernación, como Darío Giustozzi, Gustavo Posse o Felipe Solá.
Denuncias y operaciones destinadas a embarrar a Insaurralde están en cocción en esa interna ardiente. Desde su larga adhesión al kirchnerismo, su cercanía con el vicepresidente Amado Boudou (un tema de doble filo para Massa) o cierto descontrol en reuniones con amigos, todo vale para avisar que nadie le va a regalar nada al candidato de Cristina que en 2013 perdió ante Massa, si decide finalmente cruzarse a las filas renovadoras.
Pocas veces esas amenazas llegan a concretarse, pero forman parte del lado oscuro de la política y pueden terminar teniendo influencia en decisiones políticas y personales.
Espinoza tampoco se sentará a esperar que otros lo elijan. Juega hombro con hombro con Scioli desde el peronismo químicamente puro. Pero también estuvo el viernes, movilizando tropa y como sorpresivo orador, en el acto de lanzamiento de Jorge Taiana como candidato presidencial.
En su presentación Taiana, que fue canciller de Néstor y de Cristina, disfrutó de un estadio de Ferro lleno en el barrio porteño de Caballito. Fue un logro del probado peso movilizador del Movimiento Evita, que lideran Emilio Pérsico y Fernando Navarro.
Este es un sector que marca autonomía respecto del dispositivo ultrakirchnerista Unidos y Organizados, y que propone “consolidar y profundizar el modelo nacional”, una forma más o menos elegante de proponer ir más allá de las actuales políticas oficiales. No les molesta que los llamen “la izquierda del kirchnerismo”, pero no quieren que los dejen afuera del tinglado oficialista. Un detalle: a los jefes de La Cámpora los invitaron a Ferro, pero no fue ninguno.
Es difícil tener perfil propio en el kirchnerismo de fin de ciclo.
Se hace lo que la Jefa dice y nada más. Eso explica, también, el ascenso de Kicillof en ese universo receloso y autorreferencial; necesitado de recomponer algún discurso, anclar alguna promesa, que ayude a transitar el duro año por delante con alguna esperanza razonable de que después habrá algo más que espinas y amarguras.
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